Imagen: Leticia Alvares (Pexels)
Hay una frase que todo corrector ha oído con más frecuencia de la que le gustaría: «¿Me lo puedes mirar en un momento?». Esta frase suele proferirse con la naturalidad de quien cree que corregir un texto es tan rápido y sencillo como quitarse una mota de polvo del hombro. Pero permíteme que me presente: soy Justi, el Mítico Corrector Justiciero, y hoy vengo a poner las cartas sobre la mesa. Porque la corrección profesional no es un pasatiempo, sino una profesión intelectual que requiere formación, experiencia y, por supuesto, una remuneración justa.
Corregir no es simplemente «cazar» erratas o añadir tildes olvidadas. Se trata de entender la estructura del texto, así como de garantizar la coherencia del discurso, la adecuación del tono y la precisión terminológica. No basta con conocer las reglas ortográficas y gramaticales en profundidad y en su forma más actualizada; hay que saber aplicarlas con criterio y sensibilidad lingüística. Y, sobre todo, hay que dedicarle tiempo. Mucho tiempo.
Cada texto es un mundo y cada corrección, un viaje minucioso a través de él. Leer y revisar con atención lleva su tiempo; hacerlo bien requiere concentración, conocimientos y rigor. Por todo ello, cuando alguien sugiere que una corrección puede hacerse «en un momento» o «en un ratito», está restando valor a nuestro trabajo (si es que, para empezar, le asigna alguno). Nadie instaría, por ejemplo, a un arquitecto a que diseñara un edificio «en un plis» porque no le «cuesta nada». Sin embargo, con la corrección —al igual que sucede con otras profesiones de la cultura— parece que el tiempo y la pericia profesional no merecen el mismo respeto.
Las tarifas de corrección no son un capricho ni un lujo, sino el reflejo de la especialización y el esfuerzo que conlleva garantizar un texto impecable. La corrección profesional evita errores que restan credibilidad y profesionalidad a libros, artículos, informes o campañas publicitarias. Es un servicio fundamental para la comunicación escrita, y como tal, debe valorarse.
Así pues, la próxima vez que alguien me pregunte, en relación con un texto, si puedo «mirarlo en un momento» o «leerlo así por encima», responderé con la seriedad que merece la profesión: «Sí, claro»… siempre y cuando ese «momento» incluya el tiempo, la atención y la tarifa que requiere un trabajo bien hecho. Porque la calidad jamás es fruto de la prisa.