Imagen: Unión de Correctores
Anteayer fue el Día del Libro. Mientras las redes se llenaban de ejemplares con olor a nuevo y firmas recién estampadas, a Justi le asaltó un recuerdo que aún le hace sonreír.
Corría el año… Bueno, digamos que aquello fue hace muchas comas. Aunque ya tenía experiencia en otro tipo de publicaciones, Justi recibió su primer encargo de corrección literaria: un poemario autoeditado, con más voluntad que técnica, titulado nada menos que te escribo desde el borde de mí.
Su autor, Lolo el Lírico, era joven, intenso, algo naïf y absolutamente fiel a lo que él consideraba su estilo. Una suerte de Asurancetúrix, el bardo de Astérix: encantado de conocerse y con una valoración de sus propias creaciones que rayaba en lo pretencioso:
—Escribo todo en minúsculas porque las mayúsculas imponen —dijo a modo de presentación.
Solo con esa frase, casi se le cae el boli rojo. Y, de paso, el alma a los pies.
El texto carecía de puntos, comas y estructura aparente. Además, por alguna razón, todas las q se habían sustituido por k.
—¿Te has inspirado en Juan Ramón Jiménez y su amor por la j? —preguntó Justi, no sin ironía.
—Qué va; ¡es que la k me flipa! —respondió el poeta.
Fue un trabajo paciente. De esos que recuerdan que corregir no es solo aplicar reglas, sino también escuchar el ritmo interno del texto y del autor.
Justi no impuso su criterio. Propuso. Acompañó. Corrigió lo justo y necesario. Porque también aprendió en ese proceso que no pasa nada si un poeta escribe todo en minúsculas, siempre que eso no entorpezca el mensaje ni rompa la conexión con quien lee.
Años más tarde, Lolo publicó un nuevo libro y le envió un ejemplar a Justi —en quien había vuelto a confiar para la corrección— con una dedicatoria que este guarda como un tesoro:
«Gracias por enseñarme que también se puede corregir con ternura.
Por mostrarme que se puede respetar un estilo propio
sin dejar que los errores hablen más alto que el poema.
Gracias por cuidar mis palabras sin borrarme a mí».
Así que sí; anteayer celebramos los libros. Pero hoy —y siempre— celebramos también a quienes los cuidan sin borrar su esencia.
Porque los correctores como Justi no escriben las historias, pero contribuyen a que lleguen claras, limpias y sin obstáculos.
Y, a veces, incluso con cariño.