No es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida. (J. R. R. Tolkien)

En muchas ocasiones, soy testigo de cómo profesio­nales y legos en esto de la lengua ponen a la ínclita Real Academia Española a caer de un burro por tener demasiada «manga ancha» a la hora de admi­tir según qué términos en su Diccionario.

No pretendo entrar en polémicas territoriales que hacen que a unos resulte ajeno lo que para otros es de lo más natural, ni tampoco creo que sea el momento de censurar o no determinadas acepciones (recordemos que hasta el último trimestre del 2015 se man­tuvo la controversia relacionada con la definición de gitano como ‘trapacero’, zanjada con la adición de una nota que indica que se trata de un uso ofensivo o discriminatorio). Sin embargo, sí que me siento inclinado a aclarar unos cuantos puntos, habida cuenta de la ligereza con que habitualmente se abordan las consultas al diccionario académico… o bien de lo fácil que es dar por sentado que algo es incorrecto sin cerciorarse siquiera.

 

Más de uno puso el grito en el cielo al conocer que esta obra contenía términos como almóndiga, asín, toballa o mur­ciégalo, entre otros muchos; es más, numerosos medios de comunicación se hicieron eco de la incorporación o presencia de dichas palabras para, acto seguido, censurar su inclusión, sin tener en cuenta aspectos tan importantes como las marcas que las acompañan, las cuales determi­nan la corrección o incorrección de su uso. La RAE se vio obligada a salir del paso con un comu­nicado en Twitter en el que recordaba que las marcas que indican que un tér­mino es un vulga­rismo o está en desuso implican que este no debe emplearse en la actualidad, así como que dichos términos en desuso se mantienen en el Diccionario porque son necesarios para interpretar, por ejemplo, textos clásicos.

En el otro extremo se encuentran quienes censuran un término o expresión categóricamente solo porque a ellos les chirría. Como corrector, debo puntualizar que el hecho de que algo nos suene bien o mal no se considera precisamente un argumento de peso para determinar la corrección o inco­rrección de algo; se necesitan razones un poco más sólidas. Hace poco, en una conocida emisora de ámbito nacional, una oyente manifestó airadamente en antena la inconve­niencia de utilizar la expresión en verdad, a la que proponía como única alternativa la forma en realidad. Dado que dicha expresión es muy frecuente donde vivo, la extrañeza me llevó a realizar una rápida consulta al Diccionario; esta desveló, en efecto, que la señora erraba en su afirmación. Con todo, lo más grave es que ninguno de los locutores del programa rectificó esta demostración de cómo sentar cátedra sin pes­tañear (ni trató de aplacar su mayúsculo enfado, por cierto).

Asimismo, más de una vez he recibido muestras de presun­tas erratas que, en opinión de sus remitentes, harían montar en cólera al más comprensivo de los hablantes. Recuerdo dos de ellas con especial cariño; la primera se encontraba en un recorte de prensa cuyo titular rezaba lo siguiente: «Navia cierra sus fiestas con una jira multicolor». Este lector no había tenido en cuenta que el diccionario recogía esta forma procedente del francés, cuyo significado es ‘banquete o merienda, especial­mente campestres, entre amigos, con regocijo y bulla’; la había confun­dido con gira, que se define como ‘excursión o viaje de una o varias personas por distintos lugares, con vuelta al punto de partida’. En otra ocasión, me enviaron una captura de pantalla de un perió­dico digital donde aparecía el término «bacante» en relación con una exposición de Rodin. Se había obviado el contexto: no se trataba de algo ‘que está sin ocupar’ (una de las acepciones que el Diccionario refleja para vacante), sino de una seguidora del dios Baco o ‘mujer que participaba en las fiestas bacanales’.

Así las cosas, «ni tanto ni tan calvo» sería un buen resumen para referirnos a la forma más sensata de utilizar el dicciona­rio académico. Coincido en que se echan de menos muchos términos de uso común que no se incluyen en él ni a la de tres y otros parecen sobrar (lo cual siempre es discutible), pero no debemos olvidar que las marcas que acompañan a sus entra­das determinan la pertinencia de emplear o no una determi­nada palabra. Por el contrario, una consulta a tiempo puede ayudarnos a no quedar en evidencia en un momento dado, ya sea por fiarnos demasiado de nuestra memoria o, sencilla­mente, por sobreva­lorar nuestro propio criterio. No todo lo que parece incorrecto lo es, ni deja de serlo todo lo que la Acade­mia recoge.

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