Esta mexicana atesora una doble vertiente como correctora y editora que desarrolla entre España y México. Fue ponente en el 3CICTE y probablemente repita en el congreso de Lima. Aprovechamos su estancia en Madrid, donde realiza el Máster de Lexicografía Hispánica de la RAE, para charlar con ella.

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¿Por qué correctora?

Mi gusto por la literatura y las palabras me llevó a la carrera de Letras Iberoamericanas. En la Universi­dad descubrí lo que definió mi profesión: los libros no los hacen solo los escritores. En las aulas tomé un par de cursos de edición y tras graduarme comencé a traba­jar y a profesionalizarme como correctora; cursé des­pués un máster en Edición.

Llevo algunos años ya en esta industria y he tenido la fortuna de trabajar con diferentes tipos de materiales y con colegas muy entusiasmados con esta profesión, que es tan valiosa como singular: cuidamos e impulsamos las palabras de otros a través de nuestro entendimiento del lenguaje. Cada encargo es un universo, por lo que la corrección me tiene muy ocupada y feliz.

¿Cómo es la vida de un corrector en México? ¿Es una profesión rentable?

Hablo desde mi experiencia: freelance desde el inicio. Me especializo en libros impresos, aunque también he colaborado en menor medida con otros Mis clientes: editoriales, empresas y particulares. Mi consejo: hay que saber ajustarse al panorama que se te plantee y convivir con todo tipo de colegas y situaciones. Una oportunidad es, en principio, eso: el primer paso para más trabajo, mejores condiciones y nuevos encar­gos. Lograr el equilibrio como freelance para conseguir entradas de trabajo constantes es complejo. Suelo tra­bajar por proyectos, así que construyo mi agenda para cumplir con las necesidades de cada libro e intentando que esté siempre a mi favor.

Es rentable, sí, a partir de tu compromiso con los pla­zos y la calidad: si un corrector cumple satisfactoriamente con estos dos pilares, por lo menos, será considerado para el siguiente proyecto, y esa es la manera en la que esta profesión —repito, en mi experiencia— se hace rentable. Colocarse como proveedor de un grupo internacional o de un amigo que quiere publicar es igual de difícil: en gran parte depende de qué puedas ofrecerles para satisfacer sus necesidades de calidad y, si me permiten, de innovación. Un corrector tiene una visión del lenguaje que se agudiza con la experiencia, de modo que vamos desarrollando la capacidad de ver no solo entre líneas, más allá de la sangre y en el interletraje, sino también entre ideas. Si el texto ya ha logrado comunicar, podemos aportar que la comunica­ción sea eficaz, además de correcta, adecuada y ágil.

Como empleados (internos o externos) nos toca exi­gir a partir de lo que ofrecemos. Creo que es una buena actitud para solucionar uno de los temas laborales más complejos de nuestro medio: el tiempo de trabajo y el cobro del servicio de corrección.

¿Existen recursos suficientes en México para desempeñar tu trabajo de correctora?

Sí existen, pero no tienen que ver con el territorio. Una inmensa mayoría de herramientas están a la mano, solo hay que saber cómo acceder a ellas y, el verdadero reto, aprender a utilizarlas eficientemente. Es imposible guar­dar todas las normas y posturas en la cabeza, pero sí es factible crear un sistema de recursos y referencias que sea fiable y muy variado.

Creo que hay dos principios fundamentales por los que ha de regirse un corrector: cuestionar todo y ser capaz de justificar cualquier decisión. Esto se relaciona directamente con los recursos a los cuales acceder. Una vez una autora especializada en habilidades del len­guaje, con quien trabajé, me dijo: «Solo consultamos aquello que no sabemos, pero resulta que entre aque­llo de lo que creemos estar seguros también hay cosas de las que deberíamos dudar», y siempre lo he llevado conmigo.

También hay dos recursos que no todos contemplan como tales: los colegas y la constante profesionalización. Sabemos bien que nuestra labor puede llegar a ser algo solitaria, pero eso no quiere decir que estemos solos en este medio; al contrario, es sorprendente todo lo que podemos aprender de nuestros iguales.

¡Ah! Y siempre hay que ser muy honestos en cuanto a los recursos que usamos, respetar el crédito que merecen los otros, pues con eso proporcionamos, además, información que podría ser valiosa para otros correctores.

 

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¿Confían las editoriales mexicanas en los correcto­res, los valoran?

Imposible hablar por todas, pero sí puedo compartir una visión general del mercado actual. En México, cada vez se extienden más los modelos de outsourcing, freelance y a distancia. Creo que colocándose ahí habrá oportunidades, y sí, hay un lugar para los correctores, pues en la cadena de procesos editoriales sí se contempla su labor.

Yo he tenido la fortuna de recibir apoyo con cursos o permisos temporales de las propias editoriales para seguir formándome, y eso muestra la visión que tienen algunas empresas sobre la necesidad de confiar en su equipo, y eso es darnos valor. Claro, nuestro compromiso después de ese pacto debe ser proporcional.

¿Qué consejos darías a los profesionales que se inician en el mundo de la corrección para acceder al mercado editorial, para captar clientes?

Que busquen la especialización. Creo que insertarse en el mercado es más accesible si dominas un área de tra­bajo (corrector de primeras o de pruebas, por ejemplo), un género (literatura juvenil o para adultos), una temá­tica o especialidad (textos científicos o de divulgación), porque así es como suele funcionar el mercado: un posi­ble cliente buscará al profesional más adecuado, más especializado, para su material. Con el tiempo, y si uno sabe manejarlo, surgen opor­tunidades en otros espacios y se hace más factible expan­dirse en el medio.

¿Es necesario para un corrector asistir a encuentros y congresos?

Sí, sí y sí. Como ya comenté, es también un recurso. Pero asistir a estos eventos debe ser una constante, pues solo funciona, tanto para crear presencia como para la actua­lización del aprendizaje, si te haces presente. Es una buena inversión para la profesión.

Además, es un punto de encuentro para crear com­plicidades en torno a lo que más nos gusta: los textos, el lenguaje, la palabra. Y esto lo aprendí de una colega y gran editora: también hay que hacerse cómplices, no solo trabajar y entregar.

Eres editora y correctora. ¿Te facilita tu trabajo tener esa doble vertiente?

Sí, muchísimo. Me ha servido mucho tanto ser correc­tora para ser editora, como trabajar como editora para ser correctora. Estoy convencida de que ahora no esta­ría haciendo lo que hago como editora si no hubiese sido por toda la parte de aprendizaje que me dejó mi forma­ción y mi trabajo en corrección. Por ejemplo, como edi­tora tengo que trabajar ahora con correctores, y tengo que indicar cómo presentar el material; les doy ciertos parámetros, y eso lo hago en su mismo lenguaje. Esto es muy positivo. Me gusta ser una editora con un bagaje de corrección, porque me ayuda a tener una mente mucho más abierta no solo respecto a lo que pido, sino también en cuanto a que me permite darles muchas más directri­ces y oportunidades, especialmente a los que empiezan. La visión del mundo, del cuidado del material, es mucho mayor desde mi doble vertiente.

El editor ha de dirigir, coordinar, implementar las ideas, conseguir que el proyecto se termine, y eso es muy complejo… Por ejemplo, yo aprendí cosas de diseño siendo correctora porque me sentaba a hacer el vaciado de las correcciones, a cotejar en pantalla con el diseña­dor, y de ahí tomé cosas que ahora estoy usando. Y, por supuesto, cuando recibo las marcas de los correctores, las manejo mucho mejor.

Desde la otra trinchera, ahora como correctora me identifico mucho con los editores, sé por qué toman las decisiones que toman. Siempre he creído que todos los que trabajamos en la creación de un libro o un contenido debemos ir de la mano. No es nada gratuito el lenguaje que compartimos editores, correctores, traductores, maquetadores e, incluso, impresores. Realmente es muy positivo.

 

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Hay conciencia de la variante española peninsular en México. ¿Cómo se afronta?

Sí hay una conciencia de la variante mexicana con res­pecto a la española y de la fuerza que esta tiene por la enorme producción editorial que realiza. Pero no es una cosa negativa, algo a lo que la gente se oponga, simple­mente se es consciente de que existe, de que hay que tra­bajar con ella o adaptarla si es necesario (porque existe la variante mexicana). Posiblemente, si le preguntas esto a un colega de otra variante, piense lo mismo. Al final lo que queremos es comunicar con el lenguaje que tenemos en la sangre, que utilizamos todos los días. Por supuesto, sin menospreciar nunca las otras variantes. Al contrario, nos enriquece muchísimo como correctores que existan estas variantes, y nos enriquece todavía más conocerlas y dominarlas. Eso es muy importante.

Estás ahora mismo en España por estudios…

Sí, actualmente estoy en España estudiando en la Escuela de Lexicografía Hispánica de la Real Academia de la Lengua el Máster en Lexicografía Hispánica, avalado también por la Universidad de León. He de reconocer que me interesé por él como editora y como correctora. Como editora porque al final hay un mercado editorial de diccionarios, y como correctora porque soy un usua­rio destacado de diccionarios. El corrector siempre debe tener a mano un diccionario, y estudiar lexicografía es una manera de acercarme a los recursos de que dispo­nemos y, sobre todo, a aprender a usarlos. Aunque llevo años trabajando como correctora, ahora me doy cuenta de que no sé utilizar todos los diccionarios de la mejor manera, para sacarles el mayor provecho. Y todo ello sin contar el conocimiento gramatical y lingüístico que me está aportando. Sin duda, lo recomiendo para todos aquellos correctores que quieran darles mayor vida y un mejor uso a los diccionarios, que son parte imprescindi­ble de nuestra profesión.

Creo que, en general, tiene un gran programa y estoy aprendiendo mucho. Además, al ser de lexicografía his­pánica, tengo colegas venidos de toda Hispanoamérica (Cuba, Nicaragua, El Salvador, Uruguay, Chile, Puerto Rico, incluso Estados Unidos…), además de españoles, lo que lo hace todavía más enriquecedor. Es un lujo poder debatir con todos ellos de materias como lexicografía, lexicología, historia de la lengua, lingüística, gramática, traducción, ortografía… El discurso panhispánico es uno de sus pilares, además de estar sustentado por la ASALE.

Al final, el corrector siempre está buscando nuevos aprendizajes, ha de tener la capacidad de mimetizarse, de adaptarse a los nuevos retos que se le presentan. Eso es lo que hacemos como correctores cuando, por ejem­plo, pasamos de un libro técnico a uno de literatura: nos adaptamos. En definitiva, el corrector tiene la labor de tratar de entender el mundo para después ayudar al autor a comunicar su propia visión de este. Y para ello todos los recursos son pocos.

¿Estarás en el 4CICTE? ¿Cómo fue la edición anterior?

El plan es asistir como ponente. Para el 4CICTE, pre­sentamos una compañera correctora y yo una ponencia a cuatro manos que trata sobre las herramientas y el voca­bulario que compartimos (algo que a veces desconoce­mos) con los diseñadores editoriales, y la importancia de entablar un diálogo entre ambos equipos, justo en el marco del trabajo a distancia. A día de hoy, estamos aún a la espera de que nos acepten en el programa.

Cuando se trata de participar con una ponencia en congresos o seminarios, creo que, ya que uno va a pararse al frente y a exponer sus conocimientos o experiencias sobre un tema, hay que aprovechar y ser provocativos: crear nuevos cuestionamientos, proponer soluciones, inquietar. Para mí, la meta es lograr que, después de mi presentación, se genere una conversación, a favor o en contra de lo que exponga, pero que hablemos. Impor­tante: no hay que olvidar que la audiencia nos enseña más que nosotros a ella.

Yo vivo nerviosa desde que escribo mi propuesta de ponencia hasta que digo la primera palabra al micrófono, pero he aprendido de otros colegas, que lo hacen maravi­llosamente bien, que como profesionales hay que aven­tarse a ser parte de estos eventos, y no solo como oyentes. Al final, es otra manera de profesionalizarse.

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