Candidato a doctor en Lenguas, Literaturas, Culturas y sus aplicaciones (Universidad de Valencia y Politécnica de Valencia, España), máster en Derechos Humanos, diplomado en Docencia Universitaria y licenciado en Literatura. Coordinó la corrección de estilo en SM-Perú, lideró la corrección para licitaciones del Ministerio de Educación y es analista de publicaciones del Comité Editorial del Ministerio del Ambiente. Docente del Diplomado de Corrección de Textos de la Universidad de Piura en convenio con Ascot Perú, campus Lima; así como de Tratamiento de la Cultura en el Programa para docentes de Español como Lengua Extranjera de la Universidad Ricardo Palma, en Lima, Perú. Novelista y ensayista, ha impartido conferencias y talleres en la Universidad Autónoma de Madrid, la Freie Universität Berlin, la Université Paris-Sorbonne, la Universidad de Chile y la Università degli Studi di Urbino, entre otras. Columnista de la revista SoHo, articulista de «El Dominical» de El Comercio y responsable de la secuencia sobre libros «La dieta del lector» en Radio Filarmonía.

Por Sofía Rodríguez

Fotos: Rosalí León Ciliotta

JM Chávez y el mapa - Rosalí León CiliotttaCuéntanos cómo pasas de la ingeniería a la literatura y cómo llegas a la corrección.

Acabé el colegio e ingresé a la Universidad de Ingeniería al año siguiente. Nunca me pregunté, en serio, qué deseaba hacer en el futuro, sino que adopté como norte dos tendencias que gravitaban en mi vida: por un lado, varios primos y tíos estudiaban ingeniería o ya ejercían la profesión de ingenieros; por otro, en el mundo de los números y el cálculo obtenía buenos resultados. Recién a los 20 años, o un poco antes, me pregunté si en verdad quería dedicarme a la ingeniería. La respuesta me tomó meses, así como mi primera gran decisión: no. Prefería entregarme al gusto de contar historias.

Esta no es la anécdota del individuo hechizado por la narrativa desde su niñez, pero que elige las ciencias por un sentido práctico. Yo lo hice por afinidad familiar y una pobrísima introspección vocacional. El hecho es que, en la escuela, el curso de literatura no me interesó mucho, pero sí el de historia. Me fascinaron desde entonces los relatos del pasado en torno a la configuración de la humanidad, y dejé la ingeniería para escribir una novela histórica. A partir de ahí fui desarrollando otras ambiciones literarias.

Llegué a la corrección diez años después, conquistado por el mundo del libro. Me sentía un lector bastante crítico y entrenado; además, como escritor, un prosista fino y un investigador concienzudo que podía extrapolar sus virtudes para el cuidado de una publicación. Pensé que podía compaginar el arte literario con el oficio de enmendar los yerros ajenos. Y ya llevo casi una década.

Tienes vasta experiencia en coordinar equipos de corrección, ¿qué cualidad aprecias más en un corrector?, ¿qué es lo que no aceptas?

Aprecio mucho que las personas que se dedican a la corrección sepan, irónicamente, aceptar sus errores. Hay un valor de honestidad laboral e intelectual, así como humildad en la corrección, que me parecen esenciales. En tal sentido, me es insoportable un corrector soberbio; incluso, me parece una contradicción: alguien que se entrega al oficio de enmendar no debería hacerlo desde la cúspide de su sentido de superioridad. Tampoco soporto mucho al corrector vacilante; ese que, en vez de continuar, retrasa una decisión meditada o nunca la toma. En el escalafón de lo humano, yo lo llamo pusilanimidad.

Asimismo, aprecio que un profesional de la corrección sepa adaptarse a las necesidades del texto y sea flexible con los retos que plantea su empleador, sin menoscabo de la calidad del escrito. La palabra calidad es clave, así como eficacia. Un corrector debe aspirar a que sus trabajos merezcan ambos títulos. Finalmente, quiero destacar la cualidad de la tenacidad para sobreponerse a las dificultades que sacuden este rubro y el afán indagador. El corrector que yo abrazo es aquel que disfruta de explorar saberes diversos y no deja de formarse en su campo.

JM Chávez y la terraza - Rosalí León Ciliotta¿Cómo separas tu rol de escritor cuando corriges? ¿Qué es lo más difícil de ser un escritor que corrige?

De entrada, están separados, pues son operaciones muy distintas. La escritura literaria representa para mí la fuga de una vida profesional convencional hacia los territorios del arte. Soy artista en tanto escritor, mientras que al corregir aplico un oficio que nunca ha dejado de desafiarme. Si la literatura son los rieles de tren por donde se dirige mi huida, la corrección (y la especialización editorial) son los vagones principales donde me ubico para el viaje de la vida.

Pasando a la otra cuestión, Sofía, te confieso que lo más difícil no es lo obvio: que uno quiera reescribir un texto, sino lo contrario, la disposición a no intervenir tanto por el afincado respeto que tiene un escritor por todo autor que plasma sus saberes en un documento. Por tanto, lo más difícil no es sobrecorregir, sino autolimitarse para no hacerlo.

 ¿Qué tipo de autor eres? ¿Tienes un corrector favorito o prefieres que la editorial se encargue? ¿Alguna anécdota que recuerdes?

Supongo que un autor valiente. A los veinte años dejé la ingeniería para ser escritor; a los treinta decidí recorrer ciudades (sin dejar de leer más libros) para buscar en otras personas y parajes algo que volviera a impulsar mi sensibilidad narrativa; antes de los cuarenta abandoné la comodidad de un trabajo de oficina con seguro y vacaciones para aceptar la vida de consultor externo: fue la reconquista de mi autonomía, y de mi temeridad, con el fin de abocarme todavía más a mi escritura. Por ello, soy un escritor a tiempo completo, que nunca está conforme con el libro que hizo y que prosigue en su búsqueda de otras formas de contar; un autor obsesivo que recala casi siempre en los tópicos de lo migrante y lo extranjero, empacados en temas de fractura social, amor y cierta tristeza.

Dado que no tengo un corrector favorito para mi trabajo literario, pues avalo las decisiones editoriales de los grupos, periódicos o revistas en los que colaboro, a veces padezco algún incidente.

Recientemente, en un artículo me cambiaron una palabra sencilla por otra pomposa, a raíz de que la había usado en la línea previa. Yo la consigné en ambos lados, y tan cerca, porque la reiteración daba lustre a la idea que exponía. El corrector optó por una nueva, ya que consideró que ese pasaje de mi redacción carecía de variedad léxica.

Tiempo atrás, en 2006, se tradujeron al italiano mis ensayos sobre Lima. El léxico de ese libro es bastante peruano, con palabras como huachafo y anticucho. Si bien la traductora tuvo problemas para trasladar a su lengua varios vocablos que yo usaba en la mía, acertó a la hora de valerse de los pies de página para explicar que estaba diciendo casi lo mismo; por ejemplo, en el caso de un eufemismo nacional de hace décadas: baja policía. En el Perú, la baja policía eran los barrenderos, y así lo tradujeron; sin embargo, el corrector de la casa editorial buscó los originales y puso suboficial de policía, refiriéndose a un agente de bajo rango. Cambiaba el sentido.

Juan Manuel Chávez en Tarapoto por Rosalí León Ciliotta (6)

 El 4CICTE, que versará sobre la palabra en la era digital, será en Lima. ¿Cómo ves tú el futuro de la corrección? ¿Cómo te ves en diez años?

Un futuro muy activo, diversificado y cambiante. Diez años atrás, cuando comencé, el campo de trabajo estaba en las editoriales y los diarios impresos, fuera de contadas instituciones y empresas de comunicación. Ahora, las editoriales mantienen sus contenidos en papel y han desarrollado sus ofertas digitales, lo cual acrecentó la demanda de trabajos de corrección. Los diarios y otros medios masivos también buscan mejorar sus tratamientos con el lenguaje en sus plataformas en línea. Incluso, empresas de rubros de la ciencia, no solo de las humanidades, han comprendido que el fortalecimiento de su imagen ante su público y ante la competencia depende también de un uso adecuado, consistente y correcto del idioma en cada una de sus documentaciones, desde las webs hasta sus propuestas publicitarias. En este panorama, de inagotables y crecientes exigencias, dominar el oficio de corregir es ser un adelantado. Frente a quienes creen que este es un oficio muerto o, cuando menos, pasadista y caduco, yo defiendo que es un trabajo que nunca deja de resucitar. Con todo, el riesgo de que crezca la demanda es que, al afianzarse la visibilidad del oficio, también quedan más expuestos los yerros del profesional y sus carencias.

El futuro requiere que nos superemos a nosotros mismos para consolidar el sitial que podamos alcanzar en el meticuloso universo de la producción, difusión y divulgación de la información y el conocimiento.

Finalmente, no me veo de aquí a diez años (me vi de ingeniero, y ya ves); además, cada diez años huyo de profesión, país y trabajo. Intuyo, sí, que estaré reinventándome de nuevo: otra vez iré al encuentro de ese extraño que seré. Y estoy a gusto, y hasta emocionado por ello.

* Este artículo ha sido publicado en el número 6 de la revista Deleátur que publica trimestralmente la Unión de Correctores (UniCo). Si quieres descargarte la revisa, pincha aquí.

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